«Escuchad. Dejad que sea vuestro dios. Dejad que os guíe en un viaje hacia, los confines de la imaginación. Dejad que os cuente una historia.»
Es la voz del hakawati, el cuentacuentos, ese que hechiza a los oyentes poniendo una palabra detrás de otra para crear un relato en el que quepan todos los relatos, los antiguos y los modernos un relato que nos lleve á otros mundos y cuyo final no queremos que llegue...
Érase una vez un joven llamado Osama que abandonó Beirut y a su familia para marcharse a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Allí estudió y trabajó durante mucho tiempo... hasta que llegó a sus oídos la noticia de que su padre se encontraba enfermo, casi agonizante, en un hospital de la ciudad que había dejado tiempo atrás. Fue entonces cuando decidió regresar a su tierra. Allí comprobó que Beirut no era más que un pálido reflejo de lo que había sido tras sus perennes conflictos, pero también que su estrafalaria familia, los Al-Kharrat, conservaba su espíritu intacto: seguían sonriendo, peleando y, sobre todo, seguían contando historias... y es que el abuelo del joven Osama había sido en su tiempo un hakawati, un contador de historias, alguien capaz de endulzar los oídos del emir más escéptico y de despertar la imaginación más aletargada con cuentos provenientes de El Cairo, Damasco o Turquía, protagonizados por los personajes del Corán, Las metamorfosis de Ovidio o la Biblia.
Es así como el joven Osama recoge el legado de su abuelo y empieza a entretejer la historia de su propia familia, llena de secretos, escándalos y frustraciones; una historia que lo llevará también a sobrevolar en una alfombra mágica el cielo de Oriente Medio, con sus fábulas pobladas de princesas, genios, sultanes y visires a través de palacios y desiertos. Un precioso tapiz que reúne lo clásico y lo moderno, lo mítico y lo cotidiano, que encierra una historia dentro de otra interconectadas casi por arte de magia, hipnotizando al lector desde la primera palabra: «Escuchad...».
Es la voz del hakawati, el cuentacuentos, ese que hechiza a los oyentes poniendo una palabra detrás de otra para crear un relato en el que quepan todos los relatos, los antiguos y los modernos un relato que nos lleve á otros mundos y cuyo final no queremos que llegue...
Érase una vez un joven llamado Osama que abandonó Beirut y a su familia para marcharse a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Allí estudió y trabajó durante mucho tiempo... hasta que llegó a sus oídos la noticia de que su padre se encontraba enfermo, casi agonizante, en un hospital de la ciudad que había dejado tiempo atrás. Fue entonces cuando decidió regresar a su tierra. Allí comprobó que Beirut no era más que un pálido reflejo de lo que había sido tras sus perennes conflictos, pero también que su estrafalaria familia, los Al-Kharrat, conservaba su espíritu intacto: seguían sonriendo, peleando y, sobre todo, seguían contando historias... y es que el abuelo del joven Osama había sido en su tiempo un hakawati, un contador de historias, alguien capaz de endulzar los oídos del emir más escéptico y de despertar la imaginación más aletargada con cuentos provenientes de El Cairo, Damasco o Turquía, protagonizados por los personajes del Corán, Las metamorfosis de Ovidio o la Biblia.
Es así como el joven Osama recoge el legado de su abuelo y empieza a entretejer la historia de su propia familia, llena de secretos, escándalos y frustraciones; una historia que lo llevará también a sobrevolar en una alfombra mágica el cielo de Oriente Medio, con sus fábulas pobladas de princesas, genios, sultanes y visires a través de palacios y desiertos. Un precioso tapiz que reúne lo clásico y lo moderno, lo mítico y lo cotidiano, que encierra una historia dentro de otra interconectadas casi por arte de magia, hipnotizando al lector desde la primera palabra: «Escuchad...».
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